EL JEFE CH

Nadie dudaba de la noble cuna de CH; por lo mismo, era una certeza que su nombre original era de una letra y no de dos. Pero aun con mayor seguridad, era general la ignorancia de su apelativo bautismal.

En contadas ocasiones el jefe CH explicó la razón de su no-liderazgo, su renuncia a ser considerado guía, maestro, líder y, mucho menos, jefe de nadie ni de nada. Muy pocos habían oído de sus labios la asumida consigna de ser solo CH, para no ser considerado diferente ni especial en nada. Sin embargo, tal explicación era casi una leyenda.

Curiosamente, el mejor relato de las palabras del jefe CH sobre su negación a ser líder provenía de un niño que lo había escuchado, escondido en una noche de exacta magia. El niño E gozaba mucho al describir con detalle la escena.

Esa noche de gala, cuyo final era burdo pero romántico, el absolutamente abstemio CH era el único que no estaba borracho, sin embargo, parecía el más afectado por las notas del piano y la bohemia del momento. Con la cara muy próxima a una ventana, CH empezó a hablar en un tono limpio y profundo, sin separar los ojos de la negra visión durante toda su oratoria.

“Me llamo CH por voluntad propia. Un bello día, siendo muy pequeño aún, descubrí que CH era el sonido más ridículo de los que había en español; con semejante nombre, jamás nadie me consideraría un líder superior. Decidí solo responder a ese apelativo. CH me llamo desde entonces.

“Así me sentí tranquilo. Evidentemente, la superioridad que todos suponían en mi físico, intelecto, sensibilidad, valor y suerte, era una ilusión colectiva. Soy tan débil y minúsculo como todos, por eso CH es mi sonido.

“Como CH ya nadie me alababa, no recibía ya las incómodas lisonjas. Pero, ¡ay, ay, ay!, poco duró mi bienestar. Apenas adolescente, me escogían como representante, ejemplo, prójimo destacado. Nada parecía importarles mi calidad de CH. Intenté por todos los medios destacar la CH en chimuelo, chueco, chafa, chambón y hasta en pinche o chingado, pero no me hacían caso, crecía el éxtasis por mi estúpida persona.

“Me desfiguré el rostro, me volví loco, cometí horrendos crímenes pero, aun en la cárcel, el manicomio o el hospital, bastó que alguien me dijera jefe CH para que todos asumieran con fervor que yo era su guía, venerable superior, y me otorgaran exageradas deferencias.

“Entre mayor era mi esfuerzo por ser castigado con el aislamiento y dejar de ser líder, más grandes eran las distinciones. Huí a una tierra muy lejana y de ignota lengua y escogí el trabajo de merolico para liberarme del estigma con mi ridícula situación. Solo Dios sabe por qué me castigó al grado de que incluso con ese oficio y antes de dos días de ejercer, los del gremio y el público me encomiaban como jefe CH o, peor aún, líder CH. Al tercer día, altas autoridades me invitaron a un festejo como jefe CH y en las mejores esferas me anunciaron elegante ágape en mi honor. Huí a la montaña de inmediato.

“Totalmente solo, mutilé mi cuerpo para dejarlo asimétrico, como ustedes lo ven hoy. Logré quedar cojo, manco, tuerto, medio eunuco y sin una oreja, pese a la complicada secuencia para conseguirlo. Soñé que me tildarían como el tunco CH, el rengo CH o lo que fuera, menos el líder CH o el jefe CH.

“Mi desgracia fue total cuando regresé a rastras a una pequeña comunidad, y a quién sabe qué maldito se le ocurrió llamarme el héroe CH, designación peor que las anteriores. Vi cómo cundía el espantoso apelativo y, como pude, nuevamente me escabullí a las colinas. Durante nueve años no percibí ni de lejos a persona alguna. Silbaba pleno todas las mañanas, orgulloso de ser CH, solamente CH. Por un asunto que no tiene caso describir, bajé de mi libertad hace dos semanas, maloliente, con el pelo, las uñas, la barba y mi armonía muy crecidas.

“Para acabar pronto, mi sufrimiento alcanzó la cúspide ahora cuando, pese a todo, desde la primera hora de estancia y durante los últimos 14 días he sido colmado de atenciones e invitado a importantes eventos comunitarios. He debido soportar hasta homenajes a mi persona. Todo sin dejar de llamarme jefe CH, líder CH o, peor aun, héroe CH. Esta noche que acaba, llegó el clímax de mi dolor, pues la elite de elites de esta sociedad se reunió solo para festejarme, no como la CH que soy sino como alguien superior. Sufro demasiado con estas cualidades que me hacen el líder CH, diabólico espejismo colectivo”.

Empezaba a amanecer cuando CH calló y, frente al estupor de la selecta minoría, salió a grandes pasos de la mansión. Ni los andrajos que vestía ni su grotesca figura impidieron que, desde el guardia hasta el rufián, lo saludaran emocionados, de cerca o de lejos, como el jefe CH, el líder CH o el héroe CH.

Trató de huir nuevamente a la montaña, pero vio el cardumen de devotos que lo seguían a respetuosa distancia pero con sonora emoción. Se detuvo y en la forma más risible que pudo se tiró al suelo a dormir. Con espanto, CH escuchó los frenéticos aplausos y vítores antes de cerrar su único ojo.

Dos días después despertó en medio de un inquieto silencio, en un hermoso lecho situado exactamente en el centro de un campo de futbol. Sin levantarse, giró la cabeza con lentitud y vio la valla de soldados cuyas botas seguían perfectamente el círculo de la media cancha. Rapadas cabezas brotaban de los cuellos bifurcados en hombros de cerrado contacto. CH agradeció la sensación de pistilo rodeado de pétalos marciales. Sonrió y una gran algarabía lo festejó dejándolo sordo y aterrado.

Se puso de pie encima del bello lecho, miró a la muchedumbre enloquecida que atiborraba la cancha y tensaba las redes de ambas porterías y la unión de los militares hombros. Rodeaba la cancha un estadio cuyas gradas lucían repletas de espectadores. Con espanto, leyó mantas con oraciones que contenían a CH luego de la palabra líder, jefe o héroe, y furor en sus predicados. Horrorizado, oyó porras, loas, elogios y gritos de frenética admiración a su persona.

Bastó un ademán suyo para lograr total silencio. Gritó hasta enmudecer su condición de igual, su repudio violento al ser considerado líder o modelo de nada. Con caricaturesca mímica, trató de humillar aun más su mutilado cuerpo. Lloraba y aullaba por el dolor de recibir palmas y saludos de adulación descomunal como continua respuesta. Exhausto, CH se tiró aparatosamente en el ya apestoso lecho.

Desde ese día y durante su larga vida, el despertar de CH ha sido macabra narración que se evita y se sugiere jamás imaginar, por salud mental.