EL DIVO Y

Convicta de estas letras
tendrás nunca la verdad.
Oceanía entre tus muslos,
todo universo por detrás.

Frente al espejo de su camerino, una vez más el divo Y llora por la imperfección del postrer verso y de su actuación en el recién terminado monólogo. Solloza también por la emoción contenida en cincuenta minutos de sudor y por la alegría de prometerse para mañana una inmaculada entrega, libre de impurezas.

De nueva cuenta, el espasmódico llanto de la causa anterior da paso al triste correr de las gotas reveladoras de que en su rostro no hay maquillaje, ni vestuario, ni luz en el teatro. Con calma, gira la cabeza para esparcir gruesas gotas saladas y encontrarse otra vez totalmente solo. Dejando un perfecto riel de agua, camina al oscuro escenario para volver a gritar, justo en el centro: “¡No me importa!”, y recordar que, cada noche, no hay público ni taquilla ni compañía ni tramoyistas ni telón ni nadie, absolutamente nadie, desde hace eternos años, en la representación de su monólogo “Oceanía eres tú”, del que también es autor.

Ni al que lee ni al que escribe ni a Y les importa si alguna vez existió público, compañía, tramoya, telón o incluso teatro. Es lo de menos. Lo importante es este preciso momento en que, una vez más, después de descubrir la soledad de su creación, la fragilidad de su puesta en escena, la ridiculez de su intención de compartir su pasión con nadie –pero con todos–, el divo Y da vuelta y de nuevo se promete la perfección para su versión del día siguiente. De camino a la salida, ya sin humedad alguna como huella, el divo Y deja ver cómo se ilumina el centro de esta página, por donde rueda la O, corona de espinas.