LA PAREJA Z

Matemático tan excelso como famoso, Z sabía que nada nuevo había bajo el sol, que todas las sociedades existentes, las anteriores y las futuras eran iguales: un entrecruzamiento de juegos de poder, dependiente solo de la cantidad de individuos que la conforman.

Durante años de sacrificado trabajo privado, Z había elaborado las ecuaciones que definían la personalidad de cualquier individuo y con las cuales se podía predecir exactamente su conducta. También había desarrollado el algoritmo de la seducción, método infalible con que cualquier cuerpo femenino podía ser llevada a la cama –desde luego, no se trataba de la fórmula de un somnífero ni del plano de arma alguna.

Esa soñolienta mañana ponía punto final a su creación más ambiciosa: el conjunto de ecuaciones que delimitaban a cualquier sociedad humana y con las cuales se podía predecir exactamente su rumbo. En efecto, no había nada nuevo bajo el sol, todo era cuestión de números. La única diferencia entre las sociedades era el número de individuos. Lo que cambiaba su estructura no eran ni los avances científicos ni los logros espirituales ni nada de lo que podría suponerse. El tropo, el cambio estructural venía por el número de sujetos, todo se podía derivar de esta cantidad, e incluso su tendencia de crecimiento también era derivable.

Pese a tan excitantes descubrimientos, Z se aburría en una existencia predecible, nada lo alteraba. Como todo orden, el riguroso orden de Z poseía el doble filo de la libertad y la prisión. Matemáticamente, Z era cada vez más una constante y cada vez menos una variable. Entre otras, por esta razón Z no tenía planeado compartir los frutos de su trabajo particular con fundación o individuo alguno, eran simples distracciones que ahora, en el tercer mes de su año sabático, había podido concluir. Y luego, ¿cuál distracción tendría?

En el gimnasio sudaba copiosamente; su cuerpo estaba bastante bold después de ocho meses de ejercicio cotidiano durante ocho horas. Z tomaba un respiro cuando la atractiva pareja Z entró al local. Había adquirido su universalmente conocido apelativo de pareja por su perversa santidad, es decir, por haber ramificado su espíritu en forma muy equilibrada, tanto en la luz como en la oscuridad. La pareja Z se había hecho aun más famosa cuando formó la cruz gamada y todavía más cuando no le importó ser parte de su inverso: la suástica.

Cualquier trama es posible. El caso es que la pareja Z y el matemático Z acabaron en la cama. Primero, debido a su pasión compartida por los comics, durmieron –solo durmieron– durante días y noches. Después jugaron a las posiciones y coleccionaron en su memoria todas las posibles, probaron hasta el difícil –pero tan estético en las Z– rehilete.

Prosiguió la consabida e inevitable guerra por el dominio en la cual, hay que conceder, el matemático tenía primacía debido a sus trabajos de parametrización de la conducta humana. Sin embargo, la pareja Z también tenía lo suyo, no eran despreciables sus avanzados conocimientos de magia negra ni sus destacados poderes blancos.

La batalla era tan intensa que, pese a la singular inteligencia de ambos, la unión duró casi dos años. No se separaron antes del año, como todo aquel con un IQ encima de 70 –según las comprobables ecuaciones de Z–, asunto que dio ventaja momentánea a la pareja Z pues, en vez de pulir sus beligerantes estrategias, Z dedicó su tiempo libre a ajustar algunas constantes de sus ecuaciones. A pesar de todo, las fórmulas de Z sí habían arrojado como resultado la medida del evidente y progresivo deterioro físico, mental y emocional de sendas Z en forma exacta cada día.

La variable de la honestidad, muy elevada en ambos, impedía el habitual recurso de la mentira o la apariencia, luego, al tercer año era matemáticamente imposible que no corriera sangre, así que con madurez eligieron el ostracismo literario. A partir de entonces, la pareja Z es coordenada de tercera dimensión, papel que le permite seguir siendo pareja, pero ya no letra. El matemático tuvo un destino menos afortunado como símbolo químico pues, es sabido, la n y la z no dejan de retarse y envidiarse.

Obvio colofón es que, desde otrora, las zetas puedan convivir solo para dormir –como en los comics–, bajo amenaza de ser literalmente desterradas –como le ocurrió a la famosa marca del héroe californiano, que, hay que decirlo, era una Z homosexual, estrambótica y con un IQ de 30.