“Eres un conjunto de pretextos idiotas, de palabras que justifican lo que sientes y haces sentir a los demás. Eres un insecto que vive para borrar con letras lo que con ellas mismas forma; sonido, escritura y lectura son tu vida, que haces y deshaces sin ton ni son.
“Supones que para otros una palabra eres tú. Unas cuantas letras te dan nombre para llamarte, otra ubicación para encontrarte, aquellos símbolos para clasificarte, algunas barajas para apostarte. Eso crees: que las letras y los números te definen.
“Hoy ves claro que esos términos que te ‘definen’ son en realidad espadas que entran y salen. Cada vocablo es una llaga que te produce el fingir que eres adjetivo o sujeto, las palabras son tu cárcel y el filo que te hiende. Te llamas C. Vives en el número C de la calle C, ciudad C, país C. Tu teléfono es C. Tu religión es C, profesión C, empresa C, puesto C, bebida alcohólica favorita C, preferencia sexual C, actividad recreativa C. En fin, vives para ser una C perfecta.
“Mira nada más en quién te estás convirtiendo: en un C, tan C tan C, que la concha te estorba para dormir. ”
Frente al espejo, casi gritando, el junior C terminó así su monólogo. A punto de llorar, C se carcajeó al descubrir que sus cejas, ojos y boca eran perfectas C. Dejó el baño con un paso alegremente triste, en su elegante ropaje cruzó la estancia con la mágica luz del atardecer. Le pareció que captaba con sus oídos, y no con sus ojos, aquel matiz rojo en toda presencia visible. Lo atrapó la eternidad que suelen tener los segundos de tamañas confusiones.
Tras dos años de matrimonio con H, era el primer ocaso que el junior C percibía en soledad; después de tanto tiempo, era la primera eternidad no compartida. Pese al lapidario monólogo anterior, suspiró su ser con bella intensidad, inundado de orgullo por ser tan C. En ese infinito instante, el junior C fue plenamente C.
Lo de junior C le venía por ser el cuarto y último eslabón de una cadena de primogénitos con ese nombre. El único vivo. Con esa idea, se desnudaba frente al gran espejo de su amplio y lujoso vestidor. Escupió otro discurso, igual en tamaño y estilo al del baño, pero ahora alentador, simétricamente contrario, para su ego de junior C. Al terminar, a punto de la carcajada, lloró al descubrir su rostro de anciano que le anunciaba al menos 60 años y ninguna tierna arruga de esas que causan los hijos. Bajo ningún enfoque posible el junior C tendría hijos: era estéril. Hasta su muerte sería el junior C. Sollozó al entender que rompería para siempre el lazo con una nueva generación. Cadena rota: dolor del eslabón.
Pese a su salada condición, el junior C respeta con rigor la rutina que su abolengo le exige al acostarse. Discreción y firmeza en la lectura con luz tenue en la delicada alcoba. Intensa lectura cuyo sigilo no tiene razón: H está ausente.
Tres palabras del libro-decoración-de-la-indiferencia bastaron para cerrar los ojos del junior C. Mientras fluía en su mercurial universo, dejó al azar el rumbo de su mente.
Como su disciplina de lectura, su sueño era claro esa solitaria noche. Sin drama sea dicho, el junior C sintió el alivio del rostro de su C padre al verlo vivo. Comprendió, antes de caer en la zona donde se duerme y no se sueña, que él había nacido solamente por la desesperada ansiedad de su padre por dejar de ser un “junior C” y que lo mismo había sucedido en el origen de los tres eslabones que le antecedían.
C amaneció otra vez con H a su lado, un día más en la vida de todos, pero muy especial para el junior C. Ese día perdió su calidad de junior, no por haber concebido hijo alguno, sino por haber discurrido cómo desencadenarse de su compromiso con el sonido, la lectura y la escritura de la C. En una noche se deshizo por completo de la concha que lo asfixiaba: podía volar.
H lloraba de alegría mientras se deleitaba con el juguetón vuelo de C por toda la estancia, ahora amarilla; amarillo era hasta en el más mínimo detalle de toda presencia visible. Eternidad sentía H, percibía la luz con los oídos. Eternidad también es el amarillo que hueles con tus ojos mientras C vuela en tu lectura.