EL SEÑOR X

Durante años el señor X, convencido de que el miedo era un fluido tangible, había estudiado materias tan diversas como la química, la informática y la esoteria, entre muchas. Su obsesión lo había llevado a practicar aeróbics y a integrarse a la porra de algún equipo de rugby. Todo para encontrar cómo almacenar el miedo.

Un buen día, X logró su cometido: guardó sus miedos en un frasco de mayonesa vacío. Lo había logrado, había aislado sus miedos, no tuvo que psicoanalizarse o intentar vencerlos, simplemente los embotelló. Selló el frasco, casi en éxtasis. Se sentía libre, no le tenía miedo a nada. Caminó hacia el cajón blindado que había diseñado para guardar el frasco de sus miedos. Con pasos muy pequeños se dirigió al nicho en cuestión. Mientras caminaba lentamente, se sentía triunfador.

A unos pasos de llegar a su objetivo, inexplicablemente resbaló. Sus ojos desorbitados y sus manos extendidas en el aire eran la fotografía dolorosa de su angustia; como en cámara lenta, vio al frasco chocar contra el suelo y romperse. Sus miedos regresaron a él, incluso más fuertes (los miedos, ya lo había comprobado, son objeto de fermentación).

Permaneció en posición fetal durante horas. Luego entendió que solo había olvidado guardar un miedo: el de romper el frasco de los miedos. “La única forma de desaparecer a un dragón es matarlo”, sollozaba el señor X mientras recogía los fragmentos del frasco de mayonesa esparcidos por el suelo de su complejo y equipado laboratorio de los miedos.