Mientras veía su programa favorito oyó el grito de su padre, la última llamada para partir a la excursión semanal. Ordenadamente B dobló el papel, se levantó, abrió el archivero de “Espectáculos” en el cajón de “Infantiles” y en el apartado “P” lo colocó con cuidado. Antes de hablar, B ya organizaba con rigor sus experiencias.
Con prisa exacta colocó la brújula en su muñeca preferida, que además lucía por pulsera un reloj y por moño, un higrómetro. Lista para partir con su fetiche, salió de la mano de su hermano para tomar la de su padre e iniciar la caminata número 123 en su día de vida 1,987, según su exacta contabilidad.
Ese día tuvo la revelación que hasta ahora, en su cumpleaños 33, alcanzaba realidad. Mientras caminaba por el bosque descubrió que el orden perfecto era efímero, momentáneo. El mismo espacio era escenario múltiple gracias a un riguroso orden que permitía la armonía de las esencias que, plenas, se expresaban. Vio cómo un árbol podía sostener una hamaca, ser ruta comercial de hormigas, sombra de predadores, salvación de prófugos, trampolín de ardillas, pista de aterrizaje y testimonio de amores. Todo en un mismo espacio, el riguroso orden permitía los múltiples escenarios, opuestas y ambiguas intenciones en el mismo lugar.
Al regresar a casa, la ordenada B soñó un hogar que permitiera multiplicidad de escenarios con opuestas y ambiguas intenciones, gracias a la precisa armonía lograda por un riguroso orden, efímero pero perfecto. Desde ese día trabajó para procurar realidad a la revelación. Hoy, 10,065 días después, según su contabilidad exacta, alcanzó la repetición número 111 de la imagen que soñó al regresar del bosque. Repetición que, según su numerología, lograba la estabilidad del espacio, su hogar. ¡Vaya bello homenaje para la ordenada B, a sus 33 años!
Durante 111 días, sin excepción, su casa había sido museo, hospital, templo, burdel, teatro, cantina, gimnasio y, claro, hogar de una familia. Tan ordenada era B, que cada uno de esos escenarios poseía una intensa personalidad, así como la entregadísima vibración de B al habitarlos. Con un poco más de 240 metros cúbicos de aire (planta de 117.5 metros cuadrados), el departamento de su propiedad había acogido 1,617 visitantes, 1,978 pacientes, 899 fieles, 2,111 lujuriosos, 897 espectadores, 2,098 bohemios y 2,000 deportistas, respectivamente, en cada faceta del espacio; 11,675 personas. Además, la familia de la ordenada B había recibido 75 invitados en ese mismo lapso.
Guía inmejorable del museo, piadosa enfermera, seductora meretriz, madre abnegada de tres hijos y dos hijas, amante y comprensiva esposa de su feliz marido y, en fin, ejemplar en todo escenario, el desempeño de B logró la excelencia en cada uno de los ocho papeles que desempeñaba en las múltiples facetas del espacio que era su pequeño reino, cada uno de esos 111 días.
Mayor asombro causa saber que ningún giro del espacio contaminaba a otro y que nadie se daba cuenta de la multiplicidad del escenario. Los bohemios jamás podrían siquiera imaginar que la barra donde sus bebidas descansaban antes había sido altar sacrosanto de un divino ritual y después sería lecho de un doliente que encontraba cura, tres de los ocho usos que a diario tenía el mueble más grande en casa de la ordenada B; por supuesto, también sería la mesa del navideño ágape familiar.
Ni el más suspicaz de los fieles tuvo la mínima sospecha de que la casa de B era algo más que un templo, ni el más docto médico dudó de la integridad del mágico hospital. Que más decir de los visitantes del museo, de los deportistas del gimnasio, de los espectadores del teatro o de los libidinosos del burdel, quienes no solo abordaban con pureza cada faceta del espacio sino, además, todos veían en B a una suerte de diosa que guiaba intensamente sus experiencias.
Imposible explicar lo posible del orden fugaz que el pequeño departamento de B lograba en cada faceta. La ordenada B había logrado entender que los sentidos solo perciben las carencias y que ordenar los atributos nada tenía que ver con estímulos sino con emociones.
Si se permite, aun más imposible es explicar cómo el día 113 de vida del polifacético espacio, dos días después del cumpleaños 33 de la ordenada B, todo desapareció sin mediar tragedia ni catástrofe alguna. Familia, museo, hospital, templo, burdel, teatro, cantina y gimnasio se desvanecieron suavemente, sin conflicto o dolor para los asiduos del espacio y los admiradores de B.
Ocurrió que B, la ordenada, un día después de su cumpleaños, conoció al intenso V, de cuyo caos se enamoró con orden extremo y con máxima pasión. Y cambió de vida sin dejar, por supuesto, de ser la ordenada B.