Las gemelos G

Eran dos, hombre y mujer, puros y diferentes, pero totalmente iguales. Durante setenta años de vida compartida jamás nadie los vio juntos, siempre era solo uno a quien se apreciaba, al otro nadie lo habría percibido, salvo porque siempre usaba, el visible, la primera persona del plural.

Según testigos de la ciencia hospitalaria que el día del natalicio de los gemelas G cumplían su sanitaria misión, apenas la madre abrió las piernas en la mesa de parto, de su abertura brotó una semilla multicolor dando la exacta imagen de unos gruesos labios que escupen un hueso. El luminoso proyectil cayó con precisión en una cuna donde se halló solo a una hermosa bebé, aunque al día siguiente en la pequeña cama se encontró durmiendo a un escandaloso varón, físicamente igual a la hembrilla original, excepto, obviamente, por el sexo.

La misteriosa confusión fue tan frecuente, que ya nadie intentó descifrar o siquiera descubrir los mágicos cambios que hacían los gemelas G. Para su bautizo, apenas un mes distante de su nacimiento, la bebé y el bebé G no solo habían logrado cambiar de puestos (visible e invisible) sino hacerlo con ropa y atuendos. Así, la ceremonia del primer sacramento empezó con una niña en brazos de la madre, el sacerdote mojó la testa de un varón y el padrino cargaba a una bebé al final de la ceremonia. De ahí que el nombre de G masculino o femenino fuera simplemente G y todos lo usaran siempre en plural.

Como siempre ocurre mientras no se altere violentamente la inconsciencia, las conversiones de G de masculino a femenino y viceversa siguieron el cauce de la apática aceptación colectiva de lo diferente: la aprendida ignorancia, la vista gorda, el disimulo; la cómoda exclusión de lo que no es normal de lo anormal, si se puede, o la cómoda inclusión de lo anormal en lo normal, si no se puede. Así como nadie entiende su esencia detrás del antifaz que lleva en medio de la farsa cotidiana creyendo que la máscara es su cara. O como todos se engañan respetando las reglas de un juego cuya puntuación siempre los hace ganadores.

Las indolentes conciencias siguieron dormidas y nadie se alteró con las transformaciones de G. En realidad, nadie notaba que G era el nombre de dos personas, un hombre y una mujer. A pesar de los enredos que con suavidad causaban los gemelas G, nadie se percataba de los absurdos que originaban sus artísticas permutas. Con la misma estolidez con que la mayoría ve los cambios de su esencia, todos contemplaban las mutaciones de G en femenino y masculino.

Y así, durante todo un año escolar G asistía a la escuela como niña y en los exámenes era niño. Trabajaba como hombre quince días y otros quince como mujer en el mismo puesto. Se titulaba como ingeniero, con todo y varonil foto en el título profesional, una bella joven de caireles. Se graduaba de bailarina de hawaiano un robusto varón y jugaba jockey una delicada dama de elegantes piernas.

Ya entendida la inconsciencia colectiva sobre las esencias, se entenderá que no hubo perversión alguna en que G hombre casara con un hombre y que G mujer casara con una mujer, nadie notó siquiera las vestimentas que las gemelos G usaron con rigor esencial en dichas bodas. Ambos G estaban lejos de la homosexualidad, solo se divertían con la inconsciencia.

Sin pretender cambiar al mundo, gozaron del entendimiento de las esencias y de la inconsciencia colectiva de ellas. Ni a sus hijos trataron de explicarles nada, toda su vida siguieron cambiando de papeles. Nunca nadie supuso que hubiera dos G, mucho menos que una fuera mujer y la otra hombre. Las gemelos G vivían en otra dimensión, la dimensión de la conciencia de las esencias.

Huelga decir que siempre vivieron en económica bonanza y con alegría vital, cada una de acuerdo con la naturaleza de su género. Claro está que hubo momentos difíciles, como cuando la u con diéresis pretendió señalarlas para siempre o cuando la guerra las puso cerca de un conflicto fraternal a causa de una vana lucha de sonidos. Pero también claro está que, pese a sus resonancias diferentes, mientras vivieron gozaron de su naturaleza dual e intensa.

Su muerte, pese a lo que podría suponerse, no fue simultánea. G masculina murió en una partida de dominó, diez años antes que su hermana. Como bien se intuye, aun en los funerales las dos G jugaron a las suplantaciones. Tres días después del entierro, G femenina se decidió a dejar la dualidad por lo imposible que resultaba ocultar el olor de la descomposición. La gemela G endureció su percepción y procesó el universo sin entender de esencias, convirtiéndose paulatinamente en una abuela normal, hasta que murió diez años después, siendo la más perfecta imagen de un ancestro para sus nietos y bisnietos, cuyo número rebasaba ya el medio centenar.